Perfección compartida

JAIME DONOSO.

El concierto inaugural de la Temporada Internacional de la Fundación Beethoven se realizó el martes en el Teatro Municipal de Las Condes. Como solistas, el chelista Leonard Elschenbroich y el pianista Alexei Grynyuk. De Beethoven, las sonatas Opus 5 Nº 1 y la Opus 69, que son fiel reflejo de la evolución de su lenguaje. Las sonatas Opus 5, según las etiquetas que se colocan a sus períodos creativos, corresponden a la primera época (compuestas a fines del siglo XVIII); la Opus 69, compuesta 12 años después, a su período medio. Con las últimas dos sonatas, Opus 102, se completa un corpus que marcó el comienzo de este género y que habría de ser continuado por los románticos. En el Barroco, el chelo cumplía un rol de apoyo del bajo, indispensable pero no protagónico.

Todavía en los tríos de Mozart y Haydn el chelo no va mucho más allá de doblar la línea de la mano izquierda del pianista. Con las sonatas de Beethoven, el chelo se yergue a la par con el piano, aunque al inicio —y eso se aprecia en las sonatas Opus 5— el rol del piano es, a veces, avasallador. Escribir para chelo y piano es ardua empresa, pues el chelo no tiene la rutilancia de un violín y su sonido más discreto, particularmente en el registro medio y grave, tiende a ser opacado. En este recital se usó un piano demasiado abierto y se notó la permanente preocupación de los intérpretes por conseguir un equilibrio. La sonata Opus 5 Nº 1 tiene solo dos movimientos y el primero posee proporciones monumentales. Su Adagio sostenuto inicial opera como una introducción a la manera de las sinfonías maduras de Haydn.

El Allegro que inmediatamente le sigue irrumpe con una fuerza incontenible y la forma sonata utilizada posee un portentoso desarrollo. El movimiento final abandona la trascendencia para dar paso a un discurso amable y caprichoso. En el inicio de la sonata Opus 69 (1808), el chelo toca seis compases sin acompañamiento, lo que recuerda el comienzo del Concierto Nº 4 para piano y orquesta (1806), donde el piano tiene cinco compases solo, sin intervención de la orquesta. En ambas obras, este recurso poco común crea un sentimiento de espera que se ve ampliamente recompensado por la soberbia calidad de la música que sigue. El programa terminó con la apasionada Sonata de Strauss, escrita a los 19 años. Ahí, Elschenbroich se reveló una vez más como un músico excepcional. Sonido noble, elegante fraseo, afinación insuperable, absoluto dominio del instrumento. Grynyuk no fue mero acompañante; fue un estupendo par a la altura. Juntos, culminaron con un encore entrañable: el tercer movimiento de la sonata de Rachmaninov. De esa obra, algún amigo de las frases para el bronce dijo: ‘es la pieza más hermosa jamás escrita’. No es cierto, pero en una entrega conmovedora nuestros dos solistas hicieron que así lo pareciera.