Exquisito romanticismo

Gonzalo Saavedra

El repertorio para la formación de corno, violín y piano es tan exiguo como que no se conocen más de unas 50 obras en la historia de la música escritas para este conjunto. Entre ese puñado, hay dos que se consideran maestras: el Trío en Mi bemol Mayor, Op. 40 de Brahms, de 1865, y el de György Ligeti, de 1982. El resto goza de muchísimo menos popularidad, entre otras cosas porque la actuación del corno en la música de cámara es siempre crítica: se trata de un instrumento difícil de manejar en su afinación, volumen y equilibrio, y cualquier aficionado a los conciertos recordará más de una pifia en tal o cual pasaje concedido a ese bronce.

Por eso, la perfección de la entrega que hicieron el martes Radovan Vlatkovic, corno; Daishin Kashimoto, violín, y Alessio Bax, piano —cada uno dueño de afamadísimas carreras internacionales—, estará entre lo mejor que se haya escuchado en la Temporada Fernando Rosas de la Fundación Beethoven. El programa, de un romanticismo en su versión más nostálgica, tenía como plato fuerte al Trío de Brahms. Aquí los excepcionales intérpretes ofrecieron una versión serena en el primer Andante, rescatando la melancolía que atraviesa toda esta obra: el compositor había perdido a su madre y la añoranza, retratada como nunca, lo abarca todo. El Scherzo, más urgente, tiene una sección central calma, con violín y corno actuando a dúo, que es de una belleza ansiosa y fulminante, y aquí conmocionó a un Teatro Municipal de Las Condes muy concentrado.

El Adagio mesto se abordó con la tristeza de una marcha fúnebre y el Allegro con brio sonó lleno de exquisita convicción. Un triunfo que el público ovacionó. Como encore, la segunda, Très modéré, de las ‘Quatre petites pièces’ (1896- 1906) del francés Charles Koechlin. El concierto había comenzado con el Adagio y Allegro para corno y piano en La bemol Mayor, Op.70 (1849) de Schumann, en el que Vlatkovic brilló con su sonido pleno, redondo, rescatando el arrojo de esta partitura que también explora el sentimiento más romántico. Luego, la Sonata para violín No. 1 en Sol Mayor, Op. 78 (1879), en la que Kashimoto y Bax se lucieron en su concepción de una pieza que desde el primer momento apunta directo al corazón y que por ello a veces recibe un tratamiento melodramático. Nada de eso aquí, más que la mejor música. Magnífico.