Mischa y Lily Maisky: El chelo que canta

JAIME DONOSO A.
En el Teatro Municipal de Las Condes, con el recital del chelista Mischa Maisky acompañado al piano por Lily Maisky, concluyó brillantemente el lunes la Temporada Internacional «Fernando Rosas» de la Fundación Beethoven.

Elogiar el arte de Maisky resulta algo redundante a estas alturas, pero el original programa escogido para este recital permitió aquilatar una de sus facetas más notables: su inaudita capacidad de hacer cantar a su instrumento.

Luego de sumergirse en las turbulentas retóricas románticas de Schumann (Piezas de Fantasía, opus 73) y Brahms (Sonata Nº 2, opus 99), inmejorablemente interpretadas, con un discurso proteico, contraponiendo lirismos y arrebatos en pugna, con todos los recursos del chelo desplegados, la segunda parte del concierto se abrió mansamente al canto y súbitamente escuchamos a Dalila: «Mon coeurs’ouvre à tavoix» (Saint-Saëns). En el arreglo del propio Maisky, la voz original de una mezzo se transmutó en el sonido de un chelo y solo faltaban las palabras que, en realidad, no hacían falta.

Las pesquisas de Maisky lo han llevado a incursionar en el repertorio vocal y ofreció una selección de ese vasto tesoro de mélodies (canciones para voz y piano) de la inspirada pluma de Francis Poulenc, en versiones para chelo y piano. Se seleccionaron cuatro canciones de diferentes ciclos («Fiançailles pour rire», «Métamorphoses», «Le courtepaille», «Deux poèmes de Louis Aragon») y la preciosa «Les chemins de l’amour». En cada una de ellas quedó plasmada la perfecta simbiosis entre intérprete e instrumento, y esto fue comunicado plenamente a un público conmovido.

También una obra original para piano solo, el preludio «Minstrels», de Debussy, en otro arreglo de Maisky, fue transfigurado en una atractiva pieza chelística, con recursos (uso de armónicos) muy sabiamente utilizados. El humor seco y grotesco y los bruscos contrastes de la pieza original se vieron realzados muy adecuadamente en los diferentes registros del chelo.

El recital culminó con «Le grand Tango», de Astor Piazzolla, obra original (¡ahora sí!) para chelo y piano dedicada a Rostropovich. Concebida en tres secciones, es fiel ejemplo del llamado «nuevo tango», que tantas críticas le acarreó a Piazzolla por parte de los tangueros de la tradición clásica. La versión fue arrebatadora y Lily Maisky, como en todo el concierto, demostró ser una acompañante ideal: impecable técnica, redondo sonido, alerta a las mínimas inflexiones del solista.

Hubo un encore, y pudieron haber sido muchos más: la «Meditación» de la ópera «Thaïs», de Massenet. Como anillo al dedo para que Maisky luciera su cantabile .