Ucranianos, virtuosos y macizos

Mario Córdova

Es una verdad ya muy comentada que la Temporada Internacional de Conciertos de la Fundación Beethoven le da demasiada cabida a los conjuntos de cuerda, en desmedro de otras combinaciones instrumentales o vocales que escasean mucho. Tal exceso se perdona, claro está, cuando entre agrupaciones del montón llegan de visita otras que derrochan verdadera calidad, como lo fueron los Virtuosos de Kiev, orquesta de una veintena de cuerdas (violines, violas, cellos y contrabajo) que ocupó la segunda fecha de la actual temporada con resultados excelentes.

Si algo hubiera que cuestionar de este conjunto es su sonoridad excesivamente maciza, casi gruesa, que transita poco por los matices y tiende a desfigurar algunos trozos, como lo fue el comienzo de la ‘Suite Holberg’ de Grieg. Sin nada más que anotar como no positivo, todo son virtudes.

Lo de virtuosos, acuñado en su nombre oficial, le calza con entera justicia a esta orquesta, que se guardó el lucimiento extremo de esa cualidad para el momento de los encores: ‘Fiddle-Faddle’ de Leroy Anderson y ‘El vuelo del moscardón’ de Rimsky-Korsakov, interpretados en una exquisita conjunción de simpatía, velocidad de vértigo y, por supuesto, un virtuosismo como los hay pocos.

Esa simpatía está muy presente en Dmitry Yablonsky, director de la agrupación y también cellista, quien sin ánimo de ser una suerte de florero, ofició como tal sólo en el bello ‘Concierto al estilo de Johann Christián Bach’ de Henri Cassadesus, que abrió la jornada. Se escuchó luego el ‘Adagio y Fuga en do menor’ de W.A.Mozart, siendo éste un nuevo momento donde lo macizo venció a lo refinado, y una de las tantas sinfonías para cuerdas de Mendessohn, obra donde tal vez mejor fueron apreciadas las altas bondades de estos virtuosos, de disciplina pasmosa.

La segunda parte comenzó con ‘Seascapes’ de Alexey Shor, una creación de nuestro tiempo que no lo parece, por su excesiva condescendencia con lo dulzón y un eclecticismo en materia de estilos que la hace inclasificable.

Notable y verdaderamente un virtuoso se plantó Haik Kazazyan, su solista en violín, a quien podría habérsele asignado otra obra de mayor trascendencia. En el final estuvo esa suite de Grieg, de comienzo casi duro, pero de una consecución y final perfectos, aún cuando la elegante y tan conocida Gavota se la hubiese querido escuchar más amable y palaciega.